Avicebrón - La Fuente de la Vida (Fons vitae) (Tratado IV) 6q5n3p

Hola a todos los amigos de Filosofía Apuntes. Estamos con un nuevo apunte, un nuevo tratado de Avicebron y Ben Gavirol, la fuente de la vida o el Fons vitae. Si el mundo sensible es diverso, mutable y compuesto, ¿qué podemos decir del mundo inteligible? Es posible que la realidad es puramente intelectuales, ¿también estén sujetas entonces a los mismos principios que rigen la materia y la forma? Estas preguntas, lejos de ser triviales, constituyen el corazón del Cuarto Tratado del Fons Vitae de Iben Gavirol o Avicebron, donde el filósofo andalusí se aventura en una exploración audaz de mostrar que no sólo lo material sino también lo inteligible está compuesto de materia y de forma, por lo tanto seguimos en la misma línea que habíamos planteado desde el principio. Así que sin más dilación muchachos vamos entonces con el Cuarto Tratado de Iben Gavirol. Bueno, libro primero, de la investigación de la ciencia de la materia y de la forma en las sustancias simples. Hay forma y materia en las sustancias simples.

Recordemos que el tratado de Iben Gavirol, digamos desde el primer hasta el cuarto tratado por lo menos, nosotros hemos venido desarrollando, o más bien Iben Gavirol ha ido desarrollando una conversación entre un maestro y un discípulo, y obviamente el maestro es el que habla representando a Iben Gavirol.

Y el maestro comienza estableciendo que en las sustancias compuestas existen materia y forma, una idea clásica que nosotros ya sabemos de la metafísica aristotélica. Nosotros ya sabemos que al escuchar o al leer la fuente de la vida tenemos que saber por lo menos principios aristotélicos básicos sobre la metafísica.

O sea, para leer este tratado hay que saber qué es la sustancia, el accidente, la materia y la forma. Sin embargo da un paso más al afirmar que también las sustancias simples poseen esta misma composición, y justifica esta afirmación mediante el principio de que lo inferior emana de lo superior, lo que implica que la estructura ontológica debe mantenerse en todos los niveles del ser. Y el discípulo, siguiendo esta lógica, pregunta si las esferas espirituales son similares a las esferas corporales, y si ambas contienen materia y forma.

Y el maestro responde afirmativamente, explicando que las sustancias espirituales comparten una misma materia, pero se diferencian en la forma. La materia de estas sustancias no es corpórea, sino que es una materia espiritual distinta de la materia física. Surge entonces una objeción por parte del discípulo.

Si el alma es materia y la inteligencia forma, ¿no implica esto, que la primera es inferior y la segunda superior? Pero el maestro refuta esta idea, argumentando que ni el alma ni la inteligencia pueden reducirse exclusivamente a materia o a forma. La inteligencia es superior al alma, pero ambas están compuestas, lo que indica que no pueden ser absolutamente simples. Y el discípulo intenta otra posibilidad, sugiriendo que quizás estas sustancias no sean más que materia.

Pero el maestro rechaza esta idea, porque si fueran sólo materia no habría distinción entre ellas, y al ser idénticas no podrían desempeñar funciones distintas. Luego el discípulo sugiere que tal vez sean sólo formas, que quizás esa es la idea más correcta. Pero el maestro señala que las formas no pueden existir sin algo que las sustente, lo que indica la presencia entonces de la materia.

El maestro insiste en que la diversidad entre las sustancias espirituales no puede explicarse sin una composición de materia y forma. La diferencia entre unas y otras no es accidental, sino esencial, lo que prueba la necesidad de la distinción de su estructura. Y ahí,