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CUENTOS INFANTILES - Cuentos para irse a dormir.
La Pulga que Habita en Mí.

La Pulga que Habita en Mí. 263h54

8/6/2025 · 08:22
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CUENTOS INFANTILES - Cuentos para irse a dormir.

Descripción de La Pulga que Habita en Mí. 3s2o3o

Si estás buscando cuentos infantiles para leer has llegado al mejor sitio. ¡Tenemos un montón de ellos! Se trata de cuentos cortos, educativos y con valores que pueden adscribirse a distintos géneros. Son ideales para leerle a nuestro peque antes de ir a dormir o en cualquier momento del día. Además, tenemos una sorpresa, ya que todos nuestros cuentos para leer a niños incluyen una música para poner de fondo y crear mucho más ambiente. ¡Va a alucina! 4n5v5y

Lee el podcast de La Pulga que Habita en Mí.

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

¡Bienvenidos al canal Cuentos Aventuras Naranja! ¡Hola amigos! Soy Bobo, un perro con orejas grandes, patas cortas y un corazón gigante.

Hoy escucharán la historia de una picazón misteriosa, que terminó convirtiéndose en mi mejor amiga.

¿Se imaginan que una amiga pueda cambiarte la vida? Si quieren descubrir cómo una cosquilla se volvió una amistad inolvidable, denle like a este video y suscríbanse al canal para más cuentos.

¿Están listos? Entonces vamos a comenzar esta historia peluda y pulgosa.

Había una vez, en un tranquilo jardín lleno de margaritas, mariposas y maracas hechas de semillas secas, porque todo suena mejor en el mundo de los cuentos, un simpático perro corgi llamado Bobo.

Tenía un pelaje dorado y blanco tan suave como las nubes de algodón que flotaban en el cielo.

Sus cortas patitas y grandes orejas hacían que todos los animales del jardín lo quisieran mucho.

Durante el día, Bobo solía correr entre las flores, perseguir su sombra y oler cada rincón del jardín como si cada aroma contara una historia distinta.

Por las tardes, tomaba siestas bajo el árbol del silbido, un viejo sauce que cantaba con el viento.

Y por las noches, soñaba con huesos de miel y colinas de almohadas.

Pero desde hacía algunos días, Bobo no podía estar tranquilo.

Cada vez que intentaba dormir, un picorcito misterioso lo despertaba.

—¡Ay! ¡Otra vez ese cosquilleo en la oreja! Se quejaba rascándose con su patita trasera.

—¡Estoy empezando a pensar que vivo con un duendecillo invisible! Lo que Bobo no sabía era que el causante de sus molestias no era un duende, ni una hoja traviesa, ni una pluma mágica del viento.

Era una pulga.

Una pulga diminuta, veloz y muy, muy fastidiosa llamada Chincheta.

Chincheta la pulga era inquieta como una chispa y vivía escondida entre los rizos del pelaje de Bobo.

Le encantaba saltar, corretear y hacer piruetas.

Pero sobre todo, le gustaba morder.

—¡Zaz! Otro mordisquito perfecto, decía Chincheta riendo con voz chillona.

—¡Soy la reina del picor! Chincheta no lo hacía por maldad.

Simplemente no conocía otra forma de entretenerse.

Para ella, el lomo de Bobo era como un enorme parque de diversiones.

Había toboganes formados por mechones de pelo, escondites cálidos cerca de la pancita y un campo de batalla peludo en la cola donde podía practicar saltos mortales.

Incluso había construido una mini casita con pelusas en una curva del lomo de Bobo donde guardaba sus cosas más preciadas.

Una escama brillante que encontró una vez, una gota seca de rocío que parecía cristal y una hebra de hilo que recogió de un calcetín olvidado.

Pero Bobo no pensaba lo mismo.

—¡Estoy desesperado! le confesó una vez al grillo cantor que vivía cerca de su caseta.

—¡No puedo dormir ni jugar! Hasta me rasco mientras sueño.

—¿Has probado con una ducha de lavanda y menta? le sugirió el grillo.

A veces los aromas calman hasta a los más traviesos.

Bobo lo intentó.

Se revolcó en flores de lavanda, se frotó con hojas de menta, incluso se metió en un charco perfumado.

Pero nada funcionaba.

Chincheta seguía ahí, como si fuera parte de él.

Una noche, cuando la luna estaba alta y el jardín dormía, Bobo se sentó junto a su camita de hojas y habló en voz alta al aire.

—¡Quien quiera que seas, deja de molestarme! ¡Ya no aguanto más! Chincheta, que justo se preparaba para su salto estrella de medianoche, se quedó congelada.

Nunca antes había escuchado la voz de Bobo tan triste.

—Yo… ¿lo estoy haciendo sentir mal? pensó, sintiendo un cosquilleo en el corazón que no era de risa.

—¿Y si me estoy pasando? Por primera vez en su vida pulgosa, Chincheta se sintió mal por su comportamiento.

Esa noche no saltó ni una sola vez.

Se quedó sentada en su casita de pelusa, mirando la luna desde una rendija del pelaje de Bobo.

Al amanecer, cuando el rocío pintaba perlas sobre las flores, Chincheta decidió hacer algo valiente.

Saltó hasta la punta de la oreja de Bobo, donde sabía que él podía verla si giraba un poco la cabeza.

—¡Hola! gritó Chincheta con voz chillona.

Bobo pegó un brinco y giró la cabeza con los ojos bien abiertos.

—¿Quién eres tú? Soy Chincheta.

—La pulga que vive en ti, dijo bajando la voz, avergonzada.

Yo no quería hacerte sentir mal, solo estaba divirtiéndome.

Para mí tú eres como... como un parque de aventuras.

—¿Un parque de aventuras? repitió Bobo, aún confundido.

—Sí, no sabía que mis juegos te molestaban tanto, pero ahora lo sé.

Y si quieres que me vayas...

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