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Recursos. Una de las cosas más tranquilizadoras que pueden sobrevenirnos, sobre todo cuando nos encontramos en situaciones delicadas o comprometidas, es contar con recursos para solventar lo que tenemos entre manos. Y al hacer referencia a ello, más que apuntar a lo físico, a elementos palpables y visibles, hago alusión a esa serie de mecanismos de que disponemos, o podemos disponer, que sirven para aliviarnos y hacernos no sólo más tolerable y llevadero, sino también incluso apetecible e invitador, lo que nos asalta intempestiva o sorpresivamente.

Nada tan balsámico como contar con técnicas, tácticas, recetas o soluciones de las que poder tirar en momentos sensibles, o ambicionar su posesión para su empleo en cualquier instante en que lo precisemos. Porque apenas nos damos cuenta, pero todas ellas constituyen un bagaje importante en nuestra mochila existencial. Y no únicamente por el hecho de figurar como medios para conseguir lo que pretendamos en determinadas ocasiones.

Sino también porque suponen refuerzos notables en lo que concierne a dominar y controlar nuestras emociones. Y dejando de lado aquellos que son característicos de cada persona, que obedecen a una manera específica de ser, o se circunscriben a aspectos vinculados a concretos talantes, hay una serie de útiles que se hallan al alcance de cualquiera y que se asientan más en una adecuada e insistente práctica que en una virtud o talento congénito. Hablo de efectos tan aparentemente pueriles como contar hasta 10 o 20, o utilizar mantras y lemas que sabemos que nos sosiegan, o realizar esos rituales, esos automatismos o esas inercias a que podemos recurrir para sacudir nuestro momentáneo bloqueo.

Porque funcionan la mayor parte de las veces en que parece que no nos sentimos capaces de someter nuestra agitación. Y aunque pueda sonar a extraño, raro o incluso inútil, no lo es en absoluto. Porque el hecho de forzarnos, por ejemplo, a pensar en una sucesión de números, o a concentrarnos en el significado o la esencia de una palabra o de un concepto, señala las líneas divisorias entre nuestra parálisis o embotamiento y el acontecimiento que esté teniendo lugar. Nos da el margen suficiente para sojuzgar nuestra inquietud y nos permite tomar las riendas de la cuestión de que se trate.

Porque ese pequeño lapso de detención marca la diferencia, evita estallidos de diferentes tipos y sus consiguientes arrepentimientos, y sobre todo ayuda a gestar nuestro equilibrio.

Además, y atendiendo a una de las principales definiciones de recursos que se enuncia como «bienes, medios de subsistencia», creo que no es descabellado pensar que no hay mejor medio de subsistencia que saber retomar y encaminar nuestros pasos cuando se ven zancadilleados o detenidos.