Más populares que Jesús… ¿y ahora perdonados? q2r1r

Hoy, en nuestras Píldoras Vittel, abrimos un capítulo insólito, a medio camino entre la religión, el pop y el perdón eterno. Corría el año 2010, cuando, para sorpresa del mundo entero, el Vaticano pareció extender su mano y su pluma hacia John, Paul, George y Ringo. ¿El motivo? Una inesperada reinterpretación de aquellas incendiarias palabras de John Lennon en los años 60. Somos más populares que Jesucristo. La prensa se volcó, los titulares gritaron, el Vaticano perdona a los Vittels, pero… ¿fue realmente un acto de perdón o simplemente una aclaración tardía? Hoy te cuento una historia donde se cruzan la fe, el rock, la sátira y una pizca de sarcasmo celestial.

Hubo un día en que la frase de un joven Lennon incendió templos, radios y corazones creyentes.

Corría el año 1966 y los Vittels estaban en la cima de su fama. Eran los nuevos ídolos de una generación hambrienta de cambio. En una entrevista publicada en el London Evening Standard, John Lennon soltó, casi como quien dice una obviedad cotidiana, los Vittels son más populares que Jesucristo. No lo dijo con soberbia mesiánica, sino con una honestidad brutal, señalándolo evidente en el espejo de la cultura pop. Pero la frase cayó como una herejía. En Estados Unidos, especialmente en el sur, la reacción fue feroz. Radios que quemaban discos, comunidades que condenaban, púlpitos que tronaban y un coro de rechazo que transformó a los cuatro de Liverpool en pecadores modernos.

Y aunque el tiempo pasó, esa frase quedó grabada como una cicatriz en la historia del rock. Los Vittels no volvieron a ser los mismos, ni el mundo. Fue una de las últimas grandes polémicas antes de que la banda abandonara las giras y se refugiaran en el estudio, explorando nuevas fronteras sonoras mientras el mundo seguía dirigiendo su revolución silenciosa.

Y sin embargo, más de 40 años después, el eco de aquellas palabras seguía resonando, hasta que ocurrió algo tan inesperado como simbólico.

El 10 de abril de 2010, el Diario Oficial del Vaticano, el Observatorio Romano, sorprendía al mundo con dos crónicas firmadas por Giuseppe Fiorentino y Gaetano Ballini. Los artículos, con un tono reflexivo y casi afectuoso, parecían insinuar un cambio de orientación en la Santa Sede respecto a los Vittels. Y no era una noticia cualquiera.

Acompañando a los textos apareció un dibujo que imitaba la mítica portada de Abbey Road, con los cuatro Vittels cruzando la calle, ahora bajo el manto indulgente de Roma. Como era de esperar, la prensa internacional recogió la historia al instante, y los titulares fueron unánimes y sensacionalistas. El Vaticano perdona a los Vittels.

La noticia se volvió viral en cuestión de horas. ¿Era posible que la institución más antigua y conservadora del mundo cristiano ofreciera ahora públicamente una suerte de redención simbólica a la banda que una vez fue tachada de satánica, inmoral e incluso anticristiana? ¿Era una reconciliación? ¿Un gesto de humanidad pop o una simple reinterpretación tardía? Tres días después, el 13 de abril, Giovanni Maria Vian, director del Observatorio Romano, salió al paso para matizar los hechos.

Con palabras casi tan sorprendentes como los titulares previos, dijo, a mí me encantan y creo que la fascinación por Jesús era tan grande en los 60 que incluso atrajo a los nuevos héroes de nuestro tiempo. Fue una declaración que sonó más a entendimiento que a juicio, más a comunión cultural que a penitencia.

A través de esa frase, el Vaticano no se limitaba a perdonar, parecía más bien querer participar, a su manera, en el fenómeno Vittel. Una isión de que incluso en el corazón del catolicismo se reconoce que el arte, cuando tocas las fibras del alma humana, merece ser comprendido antes que condenado.

Sin embargo, el diario siguió afinando su discurso, quizás incómodo por la interpretación mediática. Los textos publicados no son una solución para los Vittels, porque nada habían hecho para merecerla, insistieron. Pero esta negación no evitó que el mundo ya hubiera interpretado el gesto como una suerte de acto simbólico de reconciliación. Un gesto de madurez cultural, o quizás, simplemente, de amor.