
Adicción a los videojuegos. Capítulo final 344f1j
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Hoy presentamos, Adicción a los videojuegos.
Capítulo final.
Tras la sorpresa inicial, María se acercó a la puerta y la cerró, poniendo el pestillo de nuevo. Melinda hizo la demanda e ir hacia la salida, pero María se quedó en la puerta y le bloqueó el paso. La muchacha desistió en su intento y permaneció en el mismo sitio.
Mi hermana se disponía a hablar, pero le hice una señal con la mano para que se callase, nuevamente me obedeció. Dediqué los siguientes treinta segundos a observar detenidamente a Mel, su mirada iba continuamente de María a mí y vuelta. Parecía un animalillo asustado, en ese momento me vino a la mente lo increíble que me parecía que una chica joven, fuerte, más alta que mi hermana, y casi tan corpulenta como yo, no se revelase e intentase salir de la habitación con más determinación, creo que fue ahí donde aprendí que lo que creemos que somos.
La forma en que nos percibimos a nosotros mismos es en realidad cómo acabamos siendo, y, por supuesto, que esa es la imagen que proyectamos a los demás.
Consciente de mi posición dominante, me acerqué a un palmo escaso de distancia de ella y comencé a mirarla con descaro. Un largo mechón de su cabello tapaba su mejilla izquierda, consecuencia del tirón que la había propiciado antes. Su pecho subía y bajaba agitadamente, moviendo la fina y corta camiseta que cubría su pecho, donde se marcaban con claridad sus pezones, producto, cegueramente, de la excitación, la sorpresa y el miedo que acumulaba. Uno de esos proyectiles sin disparar atravesaba, de dentro a fuera, literalmente, la cabeza del Mickey Mouse que llevaba estampado en la prenda. Cuando dirigí mis ojos hacia abajo, vi el breve pantaloncito del conjunto, que mostraba una pequeña mancha de humedad en la zona genital.
Mis pensamientos salieron por mi boca sin casi darme cuenta. ¿Quién se iba a imaginar que semejante pibón iba a ser así de guarra? Dicen, por favor. Ni por favor, ni cojones. La chica quería acción, pues la iba a tener, pero no espiando tras la puerta, no, ahora también iba a ser protagonista. La volví a agarrar del cabello sin ninguna contemplación y tiré hacia abajo hasta que se arrodilló y quedó a la altura de mi polla. Tengo que decir que tampoco puso mucha resistencia. Ahora saca la lengua y ya puedes empezar a limpiármela. No, espera, mejor las dos de rodillas y a limpiarlas sin rechistar.
¿Vamos? Pero… dicen… que lo haga esta guarra, vale, pero yo… Encima la hemos pillado espiando.
No me has oído, María. Tú también. Se hizo un silencio muy tenso, durante el cual Mel nos miraba ambos desde su posición arrodillada y María calibraba el alcance de todo aquello, casi podía escuchar los engranajes de su cabeza trabajar a todo ritmo.
Mientras, yo aguardaba el desenlace, a sabiendas de que lo que sucediera a continuación podía determinar el signo de mi vida en adelante. Recuerdo que, por primera vez, y a pesar del morbo de la situación, mi mente prevaleció sobre mi calentura. Si alguien nos hubiera podido ver, seguramente, hubiera encontrado la estampa tan excitante como grotesca.
La respuesta de mi hermana no se hizo de esperar.
¿Me vas a poner a la misma altura que a esta? ¿Estás loco o eres gilipollas? ¿Es tu última palabra? Se cruzó de brazos con aire digno y levantó la barbilla antes de responder.
Por supuesto. ¿Pero tú qué coño te has creído, niñato? Estar a la María de siempre y el descubrimiento me cabreó tanto como me entristeció. Estaba tan harto ya de todo esto. Pues entonces, coge tu ropa y sal de mi habitación. No se esperaba para nada mi respuesta y se puso pálida de repente. Pero, dicen.
Ya estoy cansado, María. ¿Esto se ha acabado? Se dirigió a mi cama para recoger su ropa, pasando por mi lado como una exhalación, la cogió de malas maneras, y cuando llegó de nuevo a mi altura, se detuvo para mirarme a los ojos mientras me escupía sus palabras con la mandíbula apretada. Esto no se va a quedar así, ¿entendiste? A mí no me vas a rebajar a la altura de esta puta. Descorrió el pestillo de la puerta.
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