
Descripción de Precios bajos 4o3yg
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Hoy presentamos Precios Bajos.
El centro comercial Lupa Marqueta había aparecido con gran bombo y platillo.
Un centro comercial provincial que haría la competencia a las grandes cadenas nacionales.
Se decía, incluso, que los fundadores contaban con expandirse por todo el país en cuestión de un año.
Dos años después, anunciaron su próximo cierre y una liquidación apoteósica para dar carpetazo a aquel fracaso. Irónicamente, el anuncio de la liquidación, con rebajas de hasta el 90% en todo tipo de productos, tuvo muchísimo más éxito que todos sus intentos previos por despegar. Aquel sábado de principios de marzo, a las once y media de la mañana, Lupa Marqueta abriría sus puertas por primera y última vez para sufrir lo que su principal portavoz llamó, medio en broma, medio en serio, pero cien por cien resignado, un saqueo controlado.
No sabía lo equivocado que estaba en cuanto a la segunda palabra. Sebastián estaba envidiando a los hikikamoris japoneses con todas sus fuerzas. La idea de estar encerrado en su habitación, sin ver a nadie, aislado del mundo con la única compañía de su porno, sus videojuegos y, sobre todo, su soledad, en aquel momento le parecía el paraíso.
Decir que el centro comercial Lupa Marqueta estaba lleno de gente era quedarse muy corto. El término correcto era, sitiado. Faltaban cinco minutos para que abriesen sus puertas y, literalmente, cientos de personas se encontraban rodeando el edificio como si estuviesen evacuando la ciudad y aquel fuese el último refugio seguro para la humanidad. Él y Ana, su madre, habían llegado una hora antes de la apertura porque ella había supuesto que se reuniría bastante gente, pero nadie se esperaba semejante concentración. Cuando llegaron, la masa humana todavía era razonable, más o menos como si fuesen a un concierto de Taylor Swift. ¿De verdad merece la pena estar aquí? Se quejó Sebastián con expresión cercana a la agonía.
¿No sería mejor irnos? No pienso volver sin, por lo menos, echar un vistazo. Ana había tenido que aparcar a más de veinte minutos caminando, comprensible, teniendo en cuenta las personas reunidas, y Sebastián supuso que quería amortizar la caminata. Seguro que hasta tú encuentras algo que te guste. Bah, no lo creo, discrepó él. En Lupa Marqués también había tienda de videojuegos, pero era un centro comercial enfocado principalmente en ropa y calzado, y a él no le interesaba ninguna de las dos cosas.
En cuanto a los videojuegos, dudaba que allí fuese a encontrar nada que pudiese rivalizar con su kilométrica lista de juegos en Steam y su otra lista no menos extensa de títulos descargados de manera, digamos poco ortodoxa. A medida que llegaba más y más gente, Sebastián vio como su espacio personal moría y se esfumaba como sus ilusiones de que aquello durase poco tiempo. Se vio empujado contra su madre hasta prácticamente quedar abrazado a ella. Ana sonrió, incómoda. Eran casi de la misma estatura, su madre un par de centímetros más alta y sus narices casi se rozaban. Alguien la empujó bruscamente y los pechos de Ana acabaron apretados contra el pecho de Sebastián de un modo imposible de pasar por alto.
Ana se había puesto ropa cómoda para la ocasión. Una sudadera color cereza con capucha que le dejaba medio vientre al descubierto, un pantalón de chándal blanco que se amoldaba a la perfección a las redondeces de sus nalgas y unas deportivas blanquinegras. Haber entrenado gimnasia rítmica desde los 5 años hasta cerca de los 30 había esculpido unas curvas armoniosas e imbuido una elegancia natural a cada uno de sus movimientos. Las manos de Sebastián se apoyaron por inercia en la cintura de su madre. Aquella delgada cintura que podría ser la envidia de cualquier veinteañera con ínfulas de modelo.
La piel suave y cálida provocó cosquilleos en la yema de sus dedos. Sus pulgares se deslizaron por la terza superficie de aquel vientre plano que se había recuperado del parto a la perfección, dejando tras de sí una colección de estrías que, de hecho, sólo añadían encanto al conjunto. Pero si algo destacaba en el físico de Ana, eran sus pechos, inesperadamente voluminosos en aquel cuerpo grácil y esbelto. Cualquier remota posibilidad de que la sudadera disimulase el tamaño de aquellas exquisitas redondeces se iba al traste debido a la correa del bolsito que ya llevaba y que pasaba entre sus pechos como un río entre dos gloriosas
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