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Curiosidades de la Historia National Geographic
Carruajes y tarifas elevadas: la aventura de viajar en taxi en el siglo XIX

Carruajes y tarifas elevadas: la aventura de viajar en taxi en el siglo XIX 1q6k1s

7/3/2025 · 09:10
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Curiosidades de la Historia National Geographic

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Antes de la era del automóvil, las ciudades europeas tenían servicios de coches de alquiler con tarifas y paradas fijas. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/715166 t281

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¿Estás escuchando Curiosidades de la Historia, de Historia National Geographic? Hoy hablaremos de cómo era moverse en taxi en el siglo XIX. El primer servicio de coches de alquiler del que se tiene noticia se remonta a 1654, cuando en Londres se fundó un gremio de maestros cocheros encargado de regular el transporte público de la ciudad. Estos cocheros conducían carruajes de ámbito urbano que se alquilaban por recorridos y que había que ir a buscar al centro de la city.

Pocos años después, Blaise Pascal, el célebre matemático, físico y filósofo e inventor de un prototipo de calculadora mecánica, organizó un sistema parecido en París. En 1661 creó con su socio, el duque de Rouennais, una empresa dedicada al transporte urbano de personas, las llamadas carrozas de cinco sueldos, carros a cinco soles, que desde el año siguiente cubrió cinco rutas en el centro de París.

Aunque la empresa pionera de Pascal fue de corta duración, en el siglo XVIII los coches de alquiler se convirtieron en presencia habitual en las grandes capitales europeas. El dramaturgo madrileño Leandro Fernández de Moratín, a la vuelta de un viaje a Londres, relató a sus amigos la impresión que le había causado los coches alquilones que circulaban por las calles en gran número, más de mil, según aseguraba, todos de gran pulcritud, comodidad y seguridad.

También le sorprendió que los trayectos se pagaran con arreglo a unas tarifas ya establecidas. Lo único que no le gustó fue la vestimenta de los cocheros, al parecer poco cuidada y no ajustada a la calidad del servicio. Que Londres y París fueran las ciudades pioneras en poner en marcha este servicio se explica porque Inglaterra y Francia poseían una avanzada industria del carruaje, en particular los maestros ingleses, integrados en el gremio Worshipful Company of Coachmakers, fundado en 1677, mejoraron el tiro, el diseño y el confort de los coches, a los que dotaron de un ingenioso sistema de suspensión. En el siglo XIX, el modelo más usual de los coches de alquiler fue el coupé, un carruaje de cuatro ruedas, cubierto, con dos plazas y tirado por un caballo.

En Madrid este vehículo se llamó Simón, por un tal Simón González o tal vez por el gallego Simón Tomé Santos. Los simones eran famosos por su mala calidad, a juzgar por el testimonio de escritores del romanticismo como Ramón de Mesonero Romanos o Mariano José de Larra. El crecimiento urbano en el siglo XIX estimuló la expansión del servicio de coches de alquiler. Un ejemplo elocuente lo ofrece París. Si a mediados del siglo XVIII la capital sa tenía unos 200 carruajes de alquiler, en 1815 eran casi 1.400 y en 1865 superaban los 6.000, en gran parte propiedad de una potente empresa, la Compañía Imperial de Coches de París.

Este éxito se explica por las necesidades particulares de las nuevas élites burguesas. Para éstas los carruajes no eran únicamente un medio de transporte, sino también un símbolo de estatus. Por muy cerca que se viviera de la sala de baile, de la ópera o del teatro, la etiqueta imponía llegar en coche de caballos para participar en la ceremonia de exhibición de riqueza e influencia. No por casualidad en Francia los actores se desean suerte antes del inicio de un espectáculo con la expresión mucha mierda, que originalmente hacía referencia a la gran cantidad de excrementos equinos que los carruajes de los espectadores dejaban a la puerta del teatro.

La cantidad de boñigas estaba relacionada con la buena taquilla. En cada ciudad europea los coches de alquiler fueron objeto de una regulación estricta, similar a la de los actuales taxis. En Madrid, por ejemplo, se hizo obligatorio el registro de los dueños y empleados dedicados al negocio de alquiler de coches, así como el control de los mismos. Estos debían llevar pintado el número de licencia en la testera, también en los faroles, y los cocheros estaban obligados a informar de los precios del servicio en un cartel colocado en el interior del carruaje.

El primer taxímetro fue patentado por el alemán Wilhelm Brunn en 1891, pero tardó en generalizarse a causa de la resistencia de los cocheros. Cuando se aprobó en París en 1904 obtuvo un éxito instantáneo, como reflejaba dos años después el boletín municipal de París. Con este aparato ya no es necesario mirar el reloj a la salida y a la llegada. Esta formalidad preliminar conllevaba discusiones cotidianas, pues el reloj del cliente y el del cochero nunca se ponían de acuerdo. El público quedó encantado de ver la hora marcada en el cuadrante del contador. El aparato daría nombre a los taxis de motor que surgieron en esos mismos años.

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