
Episodio 37. El jardín de las delicias, El Bosco 1k4h30
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El jardín de las delicias del Bosco es uno de los cuadros más desconcertantes y fascinantes de la historia del arte. Tres es. Un mundo creado, uno entregado al deseo, y otro que arde entre castigos y símbolos oscuros. ¿Qué quiso decirnos el Bosco con esta obra? ¿Por qué aparecen frutas gigantes, hombres desnudos, criaturas imposibles y un infierno musical? Abre el cuadro. Mira dentro. Y atrévete a cruzar el jardín. 1z1d2g
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Imagina que abres un libro de tres páginas y que en lugar de letras te asalta un estallido de cuerpos desnudos, frutas desmesuradas, criaturas imposibles y escenas que parecen sacadas de un sueño o de una pesadilla.
Así se presenta al Jardín de las Delicias, una de las obras más fascinantes, misteriosas y complejas de la historia del arte.
Su autor, Jerónimos Borch, el Bosco, nos dejó un legado visual en el que cada figura, cada fruta, cada animal fantástico parece esconder una clave.
Hoy en Por la Senda del Arte te invito a sumergirte en los detalles de esta pintura enigmática.
Recorremos juntos sus tres es, desde el Edén de la Creación, pasando por el hedonismo sin freno de su Jardín Central, hasta los abismos oscuros del Infierno.
Y en el camino nos preguntaremos qué quiso contarnos el Bosco, qué significan esas extrañas escenas y por qué, cinco siglos después, seguimos sin tener una sola respuesta definitiva.
Abramos pues esta ventana hacia lo sobrenatural, lo simbólico y lo profundamente humano.
Nos encontramos en los Países Bajos, hacia el año 1500.
El mundo medieval se está desdibujando, pero aún no ha nacido plenamente el Renacimiento.
Las ciudades flamencas son ricas y están impregnadas de una religiosidad muy intensa, donde la fe convive con supersticiones, temores apocalípticos y una creciente crítica moralista.
Es un tiempo de incertidumbre, donde las visiones del juicio final y la salvación del alma están en el centro de la vida cotidiana.
Jerónimos Bosch nace en este entorno. Su ciudad, Storchersbosch, está situada en lo que hoy es Países Bajos y formaba parte del poderoso Ducado de Borgoña.
A pesar de su nombre latino, Jerónimos van Aken firmó como Bosch, en honor a su padre, y vivió siempre allí, como parte de una familia de artistas y miembro destacado de la hermandad de Nuestra Señora, una influyente cofradía religiosa.
Este contexto espiritual, lleno de devociones, visiones del más allá y miedos morales, está detrás de toda su obra.
Pero el Bosch no se limita a copiar imágenes religiosas tradicionales, las reinventa, las transforma, en visiones únicas.
El Bosch no fue un pintor cualquiera. Fue, según dijeron algunos cronistas posteriores, un inventor de monstruos y sueños.
Ya en su tiempo fue muy irado y coleccionado.
Felipe II se convirtió en un gran irador suyo y adquirió muchas de sus obras, incluyendo este Jardín de las Delicias, que enviaría al Monasterio del Escorial, convencido de que se trataba de una advertencia moral sobre los peligros del pecado.
El Bosch fue, en muchos sentidos, un adelantado a su tiempo.
No pertenecía a ningún taller florentino ni buscaba la belleza ideal del cuerpo humano.
Su pintura no está hecha para agradar, sino para inquietar.
En sus cuadros no hay una narrativa clara, sino un mosaico de símbolos, como si fuese un lenguaje cifrado que invita a la meditación y al desconcierto.
Se cree que el Jardín de las Delicias fue encargado por un noble humanista, posiblemente Engelbert de Nassau.
Su destino original no fue un templo, sino un palacio privado.
Eso ya nos dice mucho. No era una obra para adoctrinar, sino para fascinar, cuestionar, incluso para escandalizar.
A la muerte de Engelbert, el cuadro pasó a su sobrino, y más tarde fue incautado por el duque de Nassau.
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