
Descripción de El pedigrí de Cádiz o1r2u
La belleza de Cádiz está en la generosidad y simpatía de sus gentes, en los que tienen un pedigrí pisha, pero también en la belleza de sus plazas, de las alamedas, en la música de las conversaciones, en la filosofía gadita. 1h236l
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
No puede decirse que Cádiz sea una ciudad bonita, pero podría aplicársele aquello de que la belleza está en el interior.
En su caso, esta apreciación se antoja algo más que una certeza.
Cádiz es bella por dentro, en sus rincones, en sus plazas casi escondidas, y muy especialmente en la generosidad y simpatía de sus gentes.
A Cádiz le importan un bledo las líneas rectas, y por eso las calles son curvas como contorsionistas, con millones de esquinas mostrando y escondiendo lo que se adivina que debe ser el final, un final que, giro tras giro, da la impresión de que no se alcanzará nunca.
Y de pronto, tras otro recodo, como un espejismo, se muestra una pequeña plaza, como de cuento, con sus arbolitos, sus bancos, sus vejetes que parlotean, y una señora que grita no sé qué a la vecina del primero.
Y esa paz que huele, ese es el perfume de Cádiz, la paz de sus plazas, de la Candelaria, de la Alameda a Podaca.
Allí, entre azulejos, bustos y placas que recuerdan la historia de España y de América, es allí, entre el chisporroteo del agua de una fuente, donde un pescador intenta alcanzar su presa, y a su lado, un gatitán ocioso, temida de su oslario, y de pronto, sin que tú le preguntes, te explica que aquello que ves al fondo es el puerto, y que había un vaporcito que hacía la travesía, pero un día se fue al carajo, y ahora hay un catamarán, sí, va más rápido, pero ya no es lo mismo.
De Cádiz, la catedral, esa hermosa cúpula que se levanta sobre las torres vigías para mostrar que es la señora que mira al Atlántico.
De Cádiz, la viña, barrio de barrios, donde una boda gitana puede tener tanta expectación como un partido en el nuevo Mirandilla, o en la soledad de una terraza, alguien se te acerca para asegurarte, y se lo juro por mi niño, que no se preocupe, que aquí nadie le va a robar.
Y ese zapatero que habla mientras ladea la cabeza y levanta el hombro, que si no ladeas la cabeza al hablar es que no eres de Cádiz, pero si le inclinas hacia un lado y a la vez yergues el hombro al terminar cada frase, entonces eres un pisha con pedigrí.
Eso sí, siempre ahorrando unas letras por aquí, por allí, que las frases hay que hacerlas breves, como es la vida, y no estamos aquí para perder el tiempo.
Sigue ese zapatero clavando las pequeñas puntas en la suela, mientras suena de fondo el camarón, y explica que él lo conoció, y que es el camarón de la isla, es sí que era un maestro.
Cádiz es plata, y es sol, luz, alegría y vida, y la vida en Cádiz viaja en autobús, en ese mismo en el que un quillo con el pelo, lo Antonio Mairena, cede su sitio a una mujer, que en Cádiz la mujer manda mucho.
Y en ese autobús suena una música que ya le gustaría falla haber compuesto, porque sus notas son palabras lanzadas al aire a velocidad de vértigo, sonidos que discuten, se cuentan la vida entre parada y parada, y advierten al conductor que no arranque, que ta señora va a tardar un ratito en bajar, y quien lo dice la dé a la cabeza y levanta al hombro, no hay duda, es un pisia con pedigrí.
De Cádiz el mentidero, y ese camarero que te atraviesa con una retaíla de pinchos tapas y tortillas de todos los sabores, como los helados italianos que en Cádiz llegan con el buen tiempo y se van cuando quieren, como si fueron los cañonazos de los gabachos, que en vez de causar pánico, servían para aderezar chirigotas.
Cádiz es tan grande que escribió en mayúsculas la palabra Libertad, y es tan suya que a pesar de su grandeza cabe donde quiere, incluso entre las cuatro paredes de Luanca, que es como el patio de la casa del Séneca, donde se va a hablar de la vida, que con unas papas aliñadas o con unos chocoprancha se lleva mucho mejor, y te digo que hay mucho pisia con pedigrí en Luanca, y los que no somos de Cádiz vamos a esa aula a aprender, hacemos cursos intensivos de la filosofía gadita, que ya se la enseñaron al Tarik y al Musa cuando asomaron por allí.
Cádiz se mece y se estremece con una procesión alterna entre el golpeteo de los callados y una voz que salta sobre la multitud para decirle a su virgencita, que es la más guapa, y la virgen, allá arriba, currucada en su manto, la dé a la cabeza y gire de un hombro, y es que ya te digo, en Cádiz hasta la virgen espisha con pedigrí.
Cádiz se ríe de todo y de ella misma, que es como hay que reírse, porque lo gracioso y lo absurdo empieza en nosotros, y aquí la risa comienza en cortadura y da la vuelta como quien rodea un taburete, siempre mirando al mar, mirando lejos, porque su sol y su vida llegan a África, a América, a donde quieran los gaditanos.
Cádiz sonríe, lo hace desde la caleta, para que los marineros sepan que ese es su faro, el de la vida, el de la alegría, el faro más pisia que puede haber.
Y es que no todo el mundo puede estar de Cádiz, pero todo el mundo puede sentirse gaditano, que sí, quillo.
Comentarios de El pedigrí de Cádiz 2in59