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Historias Pulp
PRISIONEROS - 5

PRISIONEROS - 5 3w651r

7/6/2025 · 41:33
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Historias Pulp

Descripción de PRISIONEROS - 5 663147

Un relato de terror de María Larralde Loftus Hall es una mansión con una gran historia que contar. Ubicada en Irlanda, en el Condado de Wexford, se yergue como un faro en la península de Hook. En ella han habitado personalidades excéntricas, hurañas y perturbadas por sombras que surgen de las entrañas del legendario caserón. Pero ahora, una familia adinerada, los Quigley, han comprado esta magnífica residencia sin saber que los secretos que esconde los convertirá en sus prisioneros. Una historia basada en las leyendas originales, pero completamente innovadora adquiriendo matices de terror y Ciencia Ficción. ¡Un escalofriante descenso al terror! Ahora en audiolibro para todos vosotros... La lectura se realizará por partes numeradas, ya que la novela no tiene capítulos, para evitar vídeos excesivamente largos y estarán accesibles en una Lista con el nombre de PRISIONEROS en YouTube y en Ivoox. Y ahora...¡que comience la función! ENLACE PARA COMPRAR LA NOVELA EN AMAZON: https://www.amazon.com/-/es/PRISIONER... 34q5a

Lee el podcast de PRISIONEROS - 5

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Prisioneros. Un relato de María Larralde.

Parte 5. Escondida entre los intrincados arbustos que enjollaban el polvoriento camino, observé como un carruaje de caballos pasaba delante de mí. Unas cortinas rojas tapaban la visión del interior, por lo que no pude ver quién estaba adentro. Me quedé petrificada. El conductor del carruaje era un hombre anciano, de larga pelambrera, embutido en una negra capa oscura que tiraba de los corceles suavemente.

Me di cuenta de lo que ocurría. Ya nada me parecía imposible. Sabía que no estaba en mi época. Sabía que me habían trasladado al pasado. Miré hacia el mar. En la costa se podía ver un galeón en el muelle, moviéndose al compás del viento. Volví atrás. Revisé la entrada de las cloacas, por si aquella pasta negra seguía manando. Quería volver a mi tiempo, pero no podía.

La puerta que había traspasado por las alcantarillas se había cerrado. Y, si entraba en esa casa, estaba segura de que no saldría de allí. De nuevo sería prisionera de aquellas entidades. Estaba tan cansada. A pesar de no poder dar ni un paso más, me levanté y caminé hacia la casa por la llanura. Me arañaba con las espinas de los arbustos.

Iba abriéndome paso con el hacha a modo de machete. Mi deambular era un tanto zigzagueante.

No quería entrar por la puerta principal. Sin embargo, me hice la pregunta. ¿Qué espero encontrar? No tenía respuesta. Seguramente aquellos dos monstruos me esperaban triunfantes adentro. Estaba segura de que repetirían que los dejara entrar, que los dejáramos entrar en nuestros cuerpos. Pero jamás lo haríamos. Jamás lo haríamos. ¿No es peor eso que la muerte? Sí, sí que lo es. Porque, al fin y al cabo, eso era morir. Eso era morir también. No sabía que ya habían entrado. El frescor del aire me espabiló un poco, pues parecía haber salido de un estado de sopor provocado por el ambiente insano de los túneles.

Ya estaba más cerca cuando algo en el cielo, justo sobre la casona, me llamó la atención. Desde la distancia me parecieron nubes, nubes oscuras, pero ahora ya casi, bajo la pared de la valla que rodeaba el perímetro, comprendí que aquello no era, ni mucho menos, algo semejante a ninguna nube. Era una especie de bruma. Aparecía sobre la casa, cuando se miraba desde abajo, unos cuerpos densos, similares a grandes rocas oscuras, recorridas por hilos en forma de tentáculos de un color más claro, que formaban una espiral flotante.

Al fondo, en segundo plano, como si estuviera detrás, escondido, de alguna forma inconcebible para mí, había un objeto voluminoso, pero este no se podía distinguir del resto de nubes que rodeaban al fenómeno. Me quedé absorta, mirando aquello durante no sé cuánto tiempo. Jamás había visto algo similar. Sin embargo, comprendí que aquel dibujo era exactamente igual al que había encontrado dibujado en el subsuelo de la casa. No cambiaba de lugar, no se movía, no brillaba.

Aquellas grandes piedras irregulares levitaban sobre la casa. Eran alienígenas, eran alienígenas. ¿Desde cuándo estaban aquí? El viento soplaba cada vez con mayor intensidad, por lo que comencé a sentir frío. Me resguardé unos minutos tras la valla, pero no tenía otra solución. Debía entrar y enfrentarme con aquello. Me levanté, decidida. Pensé en mis hijos, en mi marido, y me dije que ya no valía la pena vivir. Que sea lo que Dios quiera. Y me dirigí por el principal de la casa. Traspasé la verja.

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